Lo primero que haría es volar el valle de los caídos. Lo volaría con «b», bolarlo, que debiera diferenciarse ortográficamente del acto de levantarse del suelo y planear por el aire. Y lo «bolaría» sin víctimas y de noche, cuando las almas en pena de los enterrados «por Dios y por la patria», que en ambos sectores se enuncia, vagaran por la cueva fumando sobre el feretro de José Antonio o cagándose en las mega estatuas.
Inmediatamente después, cogería un autobús de la EMT, y junto a mi banda de malhechores me bajaría en Legapzi y haría saltar por los aries, «bolaría» la nueva y modernísima Casa del lector del Matadero de Madrid. Nuestra ideología quedaría camuflada entre el humo de los templos.
La casa del lector no tiene libros. De sus cables cuelgan tabletas y portátiles, pero no tienen un puto libro. Han rellenado el espacio de instalaciones absurdas que tienden a justificar el nacimiento de una nueva forma de leer, al parecer, la lectura hipervinculada: el asesinato de la lectura profunda. Lo han escrito en sus paredes incluso: el hipervínculo nos hará libres. Justifican las desviaciones de renglón, la distracción como una nueva forma de leer y entender la escritura: estar constantemente conectado: podrás criticar el libro que estás leyendo mientras lo lees…¡No hagas una sola cosa! Y como es moderno, ponen butacones en mitad de los pasillos, para que el desdichado al que se le ocurra entrar allí a leerse un libro pueda estar lo más incómodo posible.
Ahora quieren matar a Thomas Mann, a Tolstoi, y a Galdós. Y nace la literatura vacua, aquella que puede retomarse siempre tras dos buenos «what,s up».
¡Que ganas de bolarlo!
«Internet concentra toda nuestra atención, para más tarde dispersarla» ( Raymond Carr o Bauman, o Coetze, no me acuerdo, en esto coinciden).
Déjame algo de TNT para La casa encendida, no te la gastes toda.