Dicen los que saben, los economistas liberales, que los sindicatos son de otro tiempo. Acusan a Toxo y a Méndez, como si fuera una parejita salida de una aventura de Tintín, de haberse estancado en el siglo XIX, de haberse visto demasiadas veces Las Uvas de la ira y de haber leído a Emile Zola con promiscuidad.
Al término del debate, harto de esconderse, el economista liberal suele pasar de la crítica de los líderes sindicales a la negación de la labor sindical per se, argumentando que para qué leches quieren los trabajadores a mediadores cuando ellos mismos podrían negociar con el benevolente patrón; y vuelta a la milana bonita.
El patrón, el sustantivo, vuelve a estar de moda. Si eran los sindicatos los enquistados en ideas anticuadas, hay (y ¡ay!) que ver a los que han vuelto a encalomarse a la gomina. Han abierto sus alas a volar, como las gaviotas de Duncan Du, y pasean entre los currantes esperando que les llamen de Don.
Se acabaron esos picnics y saraos con los trabajadores los fines de semana para contentar a la de recursos humanos. Se acabó el estrés posmoderno, la angustia, el mobing y la depresión postvacacional. Mariconadas. Ya no hay médico de la seguridad social que firme partes de baja laboral por semejantes estupideces.
A eslomarse el riñón. Es lo que toca. Y morirse antes, también. Porque el trabajo mataba más que el tabaco y ahora lo hará muchísimo más, impedidos al parecer para optar a morirnos de otra manera.