¿Hubo alguna vez veinte mil vírgenes?- se preguntaba Jardiel-. Pues yo hubiera jurado que no, al menos en Madrid; hasta ayer. Los “piligrinos” atestan la ciudad. Están por todos lados. Rebosan los Mc Donald,s y Burguer Kings. Miles de jovencitos. Cantando atenúan el calor parrillero y el revoltijo hormonal que llevan colgando como el original sacrificio de la carne y de la whooper.
Es verdaderamente espectacular verles circular por las grandes avenidas de Madrid, enarbolando decenas de banderas distintas. Intentan gastar todas sus energías en actividades limpias, ajenas al vicio, autosostenibles y cercanas a la verdura…¿Cómo lo consiguen? Admiro la capacidad de estos jovenzuelos para pasar su tiempo de forma tan virtuosa.
Han venido a una enorme acampada urbana. Mañana recordarán sus primeros piquitos madrileños, y qué suave mano gastaba aquella montenegrina. Y a la mañana siguiente al Retiro, a confesar express. Está bonito. De esto último que cuento, Benedicto ni idea.
En el fondo de la fiesta se celebra el orgullo de ser católico. Pueden rezar de día y de noche, a los cuatro vientos y públicamente; llevar estampitas gigantescas y guitarras canta versículos. Cojonudo. Al fin y al cabo, que a día de hoy con un módulo GPS en nuestro Smartphone alguien crea que Dios es necesario me tiene perplejo.