Una voz con personalidad y talento para la composición. Así era Amy Bodega.
La ha palmado con 27, ya sabemos, del club de Hendrix, Joplin, Morrison, Nino Bravo y Kubain, el más tonto de todos: suicidio a tiros con 27 años pero con trampa. El cuerpo debe reventarse por sí mismo, con la ayuda de hipnóticos, opiáceos o botellas de Jack Daniels; por ingesta del propio vómito, sobredosis o accidente de coche o avión. No hay más atajos.
Por ello Amy Bodega, con honores, podrá entrar en tan distiguido club. Le faltarán, eso sí, meritos artísticos para codearse con Jim Morrison o Janis Joplin. Dos discos que fueron uno malo y el otro vaya. Sin credenciales, ni un bonito cadaver tampoco; hay que tragarse el sapo.
Vuelve a ser número uno después de muerta. Lo que decía Morrison: «quieren mi muerte». Pues sí, podrida vendes más discos. La sala Kristis subastará tus moños. Todos los cantantes buenos han pasado por el mismo proceso, pero ellos se demostraron dignos de morbo cantando cuarenta discos.
He escuchado a críticos hablar de que eras un genio Amy. Porque hay quien necesita genios muertos para resucitar las decrépitas carnes de la mitomanía; y genios que estén lo suficientemente muertos para que no les lleven la contraria perpetrando más discos.
Has sabido morirte con clase, Amy. Te has reventado sola, de forma clásica. No has dejado sana en tu cuerpo ni la última raiz de la melena. Sudaste soul.